Especialistas UdeC observan con cautela el denominado “efecto positivo” para el planeta que estarían teniendo las cuarentenas. Subrayan que se trata de algo pasajero, al tiempo que organismos internacionales plantean que podríamos estar en la antesala de un nocivo efecto rebote en cuanto a emisiones contaminantes.
Por Jeannette Valenzuela
Las agencias espaciales Europea (ESO) y de Estados Unidos (NASA) han difundido imágenes satelitales que grafican disminuciones importantes en dióxido de nitrógeno (S02, un gas causante de enfermedades respiratorias) en el aire durante enero y febrero en China, en relación a los mismos meses en 2019.
Otras estimaciones reflejan que el gigante asiático tuvo una caída de cerca de un 25% en la circulación de dióxido de carbono (C02) durante febrero, como consecuencia de la paralización de fábricas y las restricciones de movilidad aérea y terrestre.
Las bajas de contaminantes también se reportan en Italia y España, los países europeos más golpeados por la enfermedad, y en Estados Unidos, donde Nueva York ha tenido reducciones de hasta el 50% del monóxido de carbono en el aire en las últimas semanas.
Con todo, hay quienes observan con cautela los datos. En opinión del secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, son buenas noticias para el medio ambiente, pero solo se trata de un alivio momentáneo que no resuelve el fondo de la crisis climática que vive el planeta.
“No hay que ilusionarse, este es un proceso transitorio de detención de la actividad humana, y obviamente si se detiene la actividad productiva y urbana, se observan mejoras casi instantáneas en las condiciones de la calidad del aire, por ejemplo, debido a la reducción de las emisiones por el transporte y la actividad productiva”, afirma el académico y Director del Centro Eula, Dr. Ricardo Barra Ríos.
En el caso del transporte, se ha visto una reducción importante del flujo vehicular. El académico de Ingeniería Civil y especialista en Transporte, Dr. Alejandro Tudela Román, entrega como referencia lo que ha ocurrido en el sector de calle Esmeralda, entre Padre Hurtado y Pedro de Valdivia, en Concepción, uno de los puntos de control de la Unidad Operativa de Control de Tránsito (UOCT), comparando el flujo vehicular entre el 2 al 5 de marzo y el tramo del 6 al 9 de abril.
“El lunes 6 de abril hubo un 40% menos de flujo vehicular (respecto del lunes 2 de marzo), el martes 7, un 42% menos; el 8 de abril, un 46%; y el 9, un 52% menos. A medida que fue avanzando la semana, el nivel de flujo en el punto de control era cada vez menor”, reporta el también Director de Servicios UdeC, quien recalca que se trata de zonas donde no ha existido cuarentena absoluta.
Desde la Seremi del Medio Ambiente del Biobío acotan que, en un día normal, el transporte público en el Gran Concepción aporta un promedio de 900 kilos de contaminantes. Las medidas de confinamiento han significado una reducción del 25% de la actividad del sector y con ello 200 kilos menos de emisiones diarias.
El Dr. Ricardo Barra dice que el sitio del Sistema Nacional de Información de la Calidad del Aire (Sinca) también muestra bajas en la contaminación atmosférica en estos días, pero que la proyecciones no son optimistas hacia la llegada del invierno.
“La principal fuente de emisión de material particulado fino es la quema domiciliaria de leña (…), tendremos más gente en sus casas, en las que generalmente se consume leña. Hasta ahora desconocemos la relación entre material particular fino y COV-19, por lo que no se puede anticipar que una peor calidad del aire va a promover un aumento del brote de coronavirus. Lo que sí sabemos es que la contaminación del aire deteriora nuestro sistema respiratorio, haciéndolo más vulnerable a infecciones del tracto respiratorio superior, que es justamente donde actúa el Covid-19”, señala el académico.
¿Efecto rebote?
Laura Farías, docente de Oceanografía e investigadora del Centro para el Clima y Resiliencia (CR2), quien tuvo a su cargo la coordinación de la Mesa de Océanos de la COP 25, también estima que las limitaciones a la movilidad humana y a la actividad industrial han traído beneficios relativos en términos de la reducción de emisiones de gases como el dióxido de carbono y de material particulado.
“Es decir, la atmósfera se ha visto beneficiada, ha mostrado un comportamiento muy dinámico y sensible a escalas de tiempo muy reducidas, de días y semanas”, acota, a la vez que aclara que esto no se refleja a nivel de océano costero, porque es difícil cuantificar efectos en periodos cortos.
“Los procesos en el océano son muchos más lentos dada la naturaleza del agua de mar, que se mueve mucho más lento que la atmósfera; entonces, no esperamos cambios en acidificación, en desoxigenación, en floraciones algales, diversidad marina, etc.”, asegura la oceanógrafa.
La Dra. Farías pone el foco de atención en lo que pueda ocurrir cuando termine la crisis, pensando en la forma en que será abordada la reactivación económica, “con un modelo extractivista y de desarrollo rápido, donde el medio ambiente no es considerado”.
De hecho, organismos internacionales como Greenpeace han alertado un posible efecto rebote en las emisiones contaminantes; es decir, la probabilidad que estas se incrementen en algunos países por sobre los niveles previos a la declaración de pandemia para sobreponerse a sus efectos económicos.
Informaciones de prensa consignan que el sector aéreo, una de los más contaminantes y más afectados por el brote del Sars Cov-2, está a la espera de obtener nuevas desregulaciones y desterrar ciertos estándares ambientales pensando en la recuperación post crisis.
Por otro lado, ante la contingencia de la pandemia, la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA) anunció a fines de marzo la suspensión temporal de la aplicación de leyes ambientales, liberando a industrias de la obligación de entregar informes de rutina y monitoreos de los impactos de su actividad.
Por otro lado, la Dra. Farías comenta que no hay que olvidar que los efectos del cambio climático —donde el C02 juega un rol importante— sobre el océano van a continuar, “aun cuando se hagan todos los esfuerzos para llegar a la carbono-neutralidad”.
“Tal vez esta pandemia nos haga perder el norte respecto a que el cambio climático sigue modificando el funcionamiento del planeta Tierra y que los más vulnerables son aquellas personas con capacidades de adaptación mucho menores, esto casi siempre asociado a los estratos sociales más bajos”, plantea.
El Dr. Ricardo Barra considera que la crisis provocada por el nuevo coronavirus “nos debe hacer pensar que el mundo no puede seguir siendo el mismo; se nos viene una fuerte crisis económica y no podemos olvidar que esto estará atravesado por el estallido social que está subyacente a esta crisis”.
En su opinión, será necesario, lograr transformaciones que apunten a nuevos estilos de trabajo y de consumo, y allí —dice— el accionar del estado y el sector privado serán fundamentales.
“Nosotros desde hace años, y en diferentes reportes, venimos advirtiendo que el actual patrón de consumo y producción no es sostenible, pues nos ha llevado a la crisis climática que enfrentamos también globalmente en estos tiempos. Esta situación es una emergencia, pero también es una oportunidad para replantearnos nuestra forma de vivir y relacionarnos con la naturaleza”, observa el investigador.
También avizora una oportunidad, en esta crisis, la Académica del Departamento de Historia y Directora del Programa de Investigación Ciencia, Desarrollo y Sociedad en América Latina (Cidesal), Dra. Noelia Carrasco Henríquez, quien piensa que este momento de “oxigenación ecológica” trae consigo la exigencia de repensar el modelo de desarrollo, así como la relación que tenemos con la naturaleza y sus recursos.
“Por este motivo es que hoy muchos especialistas desde distintas disciplinas hablan de estar viviendo procesos de transformación profunda, la transición desde un modelo de sociedad hacia otro. En los actuales contextos de cambio, cobran especial importancia las nuevas propuestas que provienen desde distintos rincones de América Latina, referentes a transitar hacia una concepción más relacional de la naturaleza, donde aprendamos a seguir sus ciclos y a reencontrar los ecosistemas ecológicos y sociales”, asegura Carrasco.
A juicio de la antropóloga, este proceso requiere tomar en cuenta y abrir espacios a los movimientos sociales, las organizaciones territoriales, los pueblos originarios, los retos feministas para nuestras matrices culturales, “entre otras apuestas transformadoras que hoy buscan espacios de retroalimentación. Son muchos los desafíos, hay mucho trabajo por delante”.
En el mar
Aunque la Organización Mundial de la Salud (OMS) no ha considerado la transmisión del virus por las heces, investigaciones con pacientes chinos abren la necesidad de poner atención a este aspecto.
Un artículo publicado en el Journal Emerging Microbes & Infection estableció una nueva ruta de infección, oral-fecal, a partir del hallazgo de partículas activas del virus en heces de los enfermos. El escrito también reporta que personas halladas negativas a partir de los test naso faríngeos fueron confirmadas positivas a partir de muestras rectales.
El académico del Departamento de Oceanografía e investigador del Centro Copas Sur Austral, Dr. Rodrigo González Saldía, considera que la determinación de esta vía de contagio confirma que los nuevos conocimientos sobre el virus surgen “prácticamente en tiempo real, abriendo también nuevas interrogantes y que claramente la última palabra no está dicha”.
Para el investigador, una de las preguntas dice relación con el tiempo que puede persistir el nuevo coronavirus en el ambiente y si éste puede llegar, por ejemplo, al mar a través de las aguas servidas y retornar al ser humano como ocurre con el virus de la Hepatitis A.
El doctor en Oceanografía es responsable de un estudio, realizado entre 2014 y 2016, que vincula la contaminación fecal costera en la región del Bíobío con el brote de Hepatitis A de 2015, puesto que este virus liberado en las deposiciones permanece activo en el agua de mar.
“No sabemos si el virus responsable de Covid-19 permanece activo en el agua salada”, señala.
El problema, advierte, es que a nivel mundial el 80% de las aguas servidas se liberan al ambiente sin ser tratadas. “La pregunta es, ¿qué pasará con futuros virus emergentes? ¿Los seguiremos esparciendo en el ambiente?”, se cuestiona.
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