Por Gabriela Azócar, investigadora adjunta del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR)2; Marco Billi, investigador postdoctoral (CR)2 ; y Claudia Alonso, asistente de investigación línea de Gobernanza e interfaz ciencia-política (CR)2
Agradecimientos: Antonia Carrasco, Daniela Loyola, Romina Duarte
La magnitud de los daños generados por el incendio de Viña del Mar a inicios de enero de 2023 ha vuelto a recordarnos la relevancia que estos desastres socioambientales tienen para un país como Chile con vastas extensiones de plantaciones forestales y zonas de interfaz. La vinculación de los incendios forestales con la crisis climática ha acentuado la preocupación por las graves consecuencias de este tipo de eventos. Cómo se comunica esa relación, sin embargo, puede constituir un riesgo de desinformación. El cambio climático ha incidido en la intensidad y frecuencia de los incendios forestales y los daños que estos provocan (1–4). En efecto, el aumento en la cantidad de eventos y áreas afectadas por incendios forestales que hemos podido observar en los últimos años se ha visto potenciado por una mayor frecuencia de olas de calor, prolongados ciclos de sequía y la degradación del suelo, especialmente en zonas con climas y paisajes mediterráneos como la zona central y parte del sur de Chile (5,6).
Sin embargo, aunque el cambio climático propicia aquellas condiciones que favorecen la ignición y propagación del fuego, no es la causa directa de estos (7–10). Personas expertas y diversas investigaciones coinciden en que en al menos un 90 % los incendios forestales tienen un origen antropogénico (5,11–14), es decir, su ignición se debe a prácticas voluntarias o involuntarias de seres humanos. Aun así, no es absolutamente claro en qué proporción se trata de hechos negligentes o intencionales, dado que las evidencias suelen desaparecer como consecuencia del propio incendio. Esto obstaculiza la investigación policial de posibles delitos y la consecuente aplicación de sanciones (15).
En el campo del análisis y la modelación del riesgo de incendios, en cambio, hay un sustantivo avance. Desde la investigación científica el riesgo se ha definido como la probabilidad de ocurrencia de un evento que puede generar potenciales daños (16,17). Esto se debe a una combinación de tres factores: a) la amenaza (probabilidad e intensidad esperada del incendio), b) la exposición (presencia de ecosistemas, personas, bienes o servicios en la zona potencialmente afectada por el incendio) y c) vulnerabilidad (predisposición a sufrir daños o pérdidas graves por culpa del incendio). En el caso de los incendios forestales el riesgo más marcado suele producirse en los entornos ecológicos y comunitarios que configuran las zonas de interfaz urbano-forestal. En estas áreas interactúan una serie de variables geográficas, topográficas, climáticas, de cobertura de suelo y sociales (18–21), determinando la probabilidad y magnitud de posibles daños generados por el fuego. Es justamente la interacción entre las condiciones naturales y sociales lo que determina la probabilidad de daño. De ello se deduce que el riesgo es contextual, es decir, depende de las características particulares de la zona en análisis.
Los estudios al respecto suelen concordar en cuáles son las variables de mayor peso en la modelación de la vulnerabilidad y el riesgo de incendios forestales. Entre los factores naturales más comunes encontramos: especies de plantas y altura de árboles, humedad del combustible, temperatura, topografía y el clima local (5,11,18,22,23). Por otro lado, las variables de carácter antropogénico más mencionadas en la literatura son uso y cobertura de suelo, distancia de caminos, distancia de zonas urbanas o habitadas, e infraestructura urbana (3,13,22,24–26). Diversos trabajos de modelación de los incendios forestales coinciden en que las variables que mejor explican la ignición del fuego son aquellas de carácter humano. Así, por ejemplo, en la Región del Maule, una de las más devastadas por el megaincendio de 2017, un reciente estudio indica que tales variables son la proporción de cultivos, y la cercanía de caminos y ciudades (15). Esto corrobora la idea de que el origen de los incendios se asocia a actividades humanas que se desarrollan en las zonas de interfaz urbano forestal, algo que durante el periodo de confinamiento por la pandemia COVID-19 fue aún más evidente si consideramos el menor número de incendios forestales que se produjo durante ese periodo.
Estudio del riesgo de incendios forestales
El análisis del riesgo de incendios forestales ha adquirido gran relevancia en Chile, especialmente luego del megaincendio de 2017, durante el cual 529.974 hectáreas fueron arrasadas por el fuego con un saldo de 3.000 viviendas perdidas y 11 personas muertas (27,28). A partir de la preocupación por que fenómenos de tal magnitud se sigan produciendo, se han desarrollado diferentes modelaciones en torno a la ignición de incendios en diferentes regiones del país (15,19,29). Durante la última temporada de incendios forestales, si bien es lamentable, los resultados de estos estudios se han corroborado. Gran parte de los incendios se han generado en zonas señaladas como de alto riesgo por estos estudios.
El incendio de Viña del Mar de diciembre de 2022 se produjo en la zona alta de la ciudad, en una zona clasificada como de alto riesgo por un estudio publicado el año 2021. Como se observa en la Figura 1 el área afectada por este incendio asume los valores más altos en la escala de riesgo. Este estudio señala que en la conurbación Viña del Mar – Valparaíso, el mayor nivel de amenaza se ha encontrado en las áreas periféricas de la zona urbana, donde destaca la presencia de interfaz urbano-forestal, cerros y quebradas, los que aumentan la probabilidad de ignición o propagación debido a la presencia de factores como la cobertura del suelo, pendiente y exposición de ladera (30).
Figura 1. Mapa de Riesgo de Incendios Forestales. Elaborado a partir de los datos de Amigo et al. (2021).
Cabe señalar que Viña del Mar presenta un mayor porcentaje de áreas con baja amenaza que Valparaíso debido a sus mayores índices de urbanización. Sin embargo, posee amplias zonas de interfaz urbano-forestal que contribuyen a aumentar la amenaza que enfrenta el territorio.
Valparaíso, por otro lado, por su particular topografía, presenta una amenaza de incendio media o alta en la mayoría de su territorio, especialmente en la zona del Anfiteatro y en Laguna Verde donde abundan las plantaciones forestales (ver figura 1) (30). Esto se traduce en un alto grado de conciencia por parte de la población sobre el riesgo de incendios en zonas de interfaz, así como en el compromiso del municipio por abordar este problema a través de su Plan Maestro para la Gestión de Riesgo. Una serie de barreras, sin embargo, se interponen en la implementación de este tipo de medidas: problemas con el manejo de la basura, deficiente planificación territorial, altos niveles de marginalidad y delincuencia, recursos municipales insuficientes, entre otros (31).
Cabe notar que los patrones de densidad demográfica que presentan ambas comunas generan un alto nivel de heterogeneidad en la distribución de la población y las viviendas; pese a ello, es común encontrar zonas densamente pobladas en las laderas y cerros de las periferias, que son zonas de alta amenaza como se ha indicado previamente. Estas áreas suelen a menudo ser las más vulnerables, debido a la concentración de condiciones de pobreza y marginación social, menor infraestructura, así como un alto grado de irregularidad en la ubicación y calidad de las viviendas. Estas zonas también son, a menudo, las que cuentan con menor capacidad de respuesta por el menor acceso a capitales y a servicios de emergencia (30).
Gobernanza de los incendios forestales: diferentes narrativas sobre el riesgo
Contar con conocimiento científico sobre las causas y factores asociados los incendios forestales no parece ser suficiente si este no se traspasa adecuadamente a tomadores de decisiones y organismos políticos y técnicos encargados de implementar acciones de prevención, preparación y combate. Al respecto, resulta necesario generar instancias de diálogo entre los distintos agentes involucrados en la gobernanza de los incendios, más aún cuando, desde cada una de sus posiciones, el riesgo adquiere significados diferentes. Para la esfera científica, el riesgo se entiende como una probabilidad de daño factible de ser calculada y proyectada, mientras que los actores técnicos y políticos lo ven como un problema social asociado a un bajo nivel de compromiso de las comunidades y personas con la prevención. Por otra parte, para las comunidades el riesgo se asocia a estar preparados ante la ocurrencia de un incendio, es decir, saber qué hacer para resguardarse de sus daños. Esto no es del todo extraño si consideramos que parte de las campañas de prevención se enfocan en enseñar cómo reaccionar ante un incendio forestal que ya está ocurriendo.
Las narrativas sobre el riesgo sostenidas por los diferentes agentes de la gobernanza de los incendios forestales derivan en una serie de controversias sobre qué o quiénes se identifican como responsables de la gestión de este tipo de desastres y sobre cómo esta debe ser abordada. En tal contexto la gobernanza de los incendios forestales tiende a fragmentarse en acciones desarticuladas, de carácter reactivo, con una cobertura limitada y desigual en distintos territorios (32).
Un ejemplo claro de ello es lo que ocurre en la Región del Maule. El análisis de las vinculaciones formales entre agentes de la gobernanza de los incendios forestales en esta región muestra cómo esta se organiza en tres grupos de agentes (ver figura 2).
Figura 2. Red gobernanza incendios forestales Región del Maule. Elaboración propia.
El grupo de color naranjo se conforma, principalmente, de instituciones públicas encargadas de acciones de prevención, combate y mitigación de los daños generados por incendios forestales. Se trata de un grupo altamente interconectado, algo que refleja el buen nivel de coordinación que existe en la región en torno al combate de incendios. Destaca en este grupo la centralidad de Onemi (actualmente Senapred), institución con mayor grado de vinculaciones con los agentes de su grupo y con la red en su conjunto. Por su lado, Conaf juega un importante rol de conexión con el resto de las instituciones de este grupo.
El grupo de color celeste se conforma de organismos relacionados con la producción de información y conocimiento técnico y científico sobre incendios forestales. Aquí, la Agencia de Sustentabilidad y Cambio Climático es al actor que mayores vinculaciones internas genera y es el que más se vincula con el resto de la red.
El grupo de color verde lo componen organizaciones sociales, instituciones públicas y privadas de diversa índole. Este grupo representa la agencia comunitaria dentro de la gobernanza de los incendios forestales. No hay actores centrales en su interior y, en comparación con los otros grupos, está menos interconectado tanto internamente como con el resto de la red.
Los grupos de agentes dentro de esta red de gobernanza de la Región del Maule representan tres narrativas sobre cómo se aborda el riesgo de incendios forestales, cada una ligada a un significado y forma de actuar diferente en torno a estos desastres. La red de gobernanza que grafica esta figura da cuenta de una alta interconexión entre los agentes asociados a la gestión del riesgo y la producción de conocimiento sobre incendios forestales, grupos que, además, se encuentran internamente muy conectados. La vinculación de estos grupos con los agentes comunitarios en cambio es débil. Una mejor y mayor integración de este tipo de agencia es uno de los principales desafíos que se debe abordar para el fortalecimiento de la gobernanza de incendios forestales.
Recomendaciones
De este análisis, surge un conjunto de recomendaciones:
- Promover el uso de la información científica generada en torno al riesgo de incendios forestales en organismos técnicos y políticos encargados de la gestión de desastres. Esto implica generar más información y más detallada, que permita orientar de manera efectiva las decisiones a tomar en escalas locales. Se debe cuidar la transparencia y difusión de esta información para fomentar la comprensión, preparación y capacidad de respuesta de los actores locales.
- Diferenciar con claridad prevención de preparación como parte de la gestión del riesgo de incendios forestales. La prevención debe ser trabajada desde un enfoque proactivo y de largo plazo que considere las consecuencias que tendrá el cambio climático y las tendencias en materia de sequía en el aumento del riesgo de incendios forestales. Se deben incluir, además, estrategias específicamente orientadas a reducir la vulnerabilidad y aumentar la resiliencia. En cuanto a la preparación, se debe fortalecer la formación de personas y comunidades en cómo evitar que los incendios se produzcan, promoviendo el uso controlado del fuego, la denuncia ante acciones negligentes y comportamientos de cuidado del medioambiente.
- Adecuar las estrategias de prevención a las características particulares de los territorios y zonas de interfaz, con el fin de que los conocimientos que se entreguen se ajusten a la realidad de estos entornos sociales y ecológicos, adquiriendo con ello mayor sentido y valor en quienes son receptores de esta información.
- Generar instancias de diálogo de carácter transdiciplinario en las que agentes políticos, técnicos, científicos y comunitarios discutan sus formas de comprender el riesgo y cómo gestionarlo, cuidando la inclusividad y equidad en la incorporación de estas distintas formas de conocimiento. Complementariamente, se recomienda crear una institucionalidad que fomente la interfaz entre conocimiento científico, sociedad y toma de decisiones en diferentes escalas.
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