(15 de junio) El cambio climático es un hecho. En Chile, los resultados de diversos estudios sobre vulnerabilidad de los sectores productivos han permitido el desarrollo de planes de mitigación frente a este fenómeno. Sin embargo, queda mucho por hacer.
Por Laura Gallardo, directora del (CR)2. Columna de opinión publicada en Revista Qué Pasa Minería
El “Antropoceno”, o tiempo geológico determinado por la actividad humana, plantea a los habitantes de la Tierra el enorme desafío de adaptarse a los peligros del cambio global y de mejorar la resiliencia de la sociedad. Es decir, enfrentamos un enorme riesgo como humanidad, pero también tenemos una oportunidad única para alcanzar paradigmas de desarrollo más sostenibles y justos.
La vulnerabilidad al cambio climático puede ser entendida como una interacción entre la exposición a eventos climáticos (sequía, inundaciones), la sensibilidad de las sociedades y los ecosistemas a dichos fenómenos, y las capacidades que poseen para resistirlos y adaptarse. Hasta ahora, las proyecciones climáticas regionales nos muestran que la zona centro-sur de Chile continental será más cálida y seca para la segunda mitad del siglo, mientras que hacia el sur del continente se observa un aumento de las precipitaciones. Para el norte del país, incluyendo Santiago, las proyecciones son más inciertas.
Chile ha mostrado liderazgo internacional en lo referente a planes de mitigación por medio de iniciativas como la Contribución Nacional Tentativa, donde el país se compromete a reducir emisiones de gases de efecto invernadero con miras hacia el acuerdo mundial de cambio global que se discutirá a fin de año en París, durante la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático.
Pero, formular políticas públicas para abordar este futuro cambiante requiere, entre otras cosas, proyectar escenarios climáticos mucho más precisos y detallados. También es urgente definir cuán vulnerables somos al cambio climático y, sobre esa base, identificar opciones de adaptación y mitigación. Todo ello con la participación de los actores sociales, pues tales políticas también requieren de la concurrencia de agentes estatales, productivos, científicos y, ciertamente, de la ciudadanía. Y en esto no hay fórmulas mágicas ni recetas a copiar. Si bien podemos aprender de otras experiencias, lo que hagamos también debe ser ajustado a nuestra “loca geografía” física y humana, y lo debemos pensar y diseñar nosotros mismos.
En Chile y el mundo tenemos evidencia suficiente para convencernos de la necesidad de actuar frente a los riesgos ya identificados de la variabilidad y el cambio climático. Pero nos queda mucho por hacer y entender de nuestro clima, de la sensibilidad de nuestros sistemas socio- ecológicos, de las capacidades de adaptación y, en definitiva, de cómo volvernos más resilientes.
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