Científicos analizan cómo adaptar las ciudades y la agricultura a los crecientes registros de altas temperaturas (El Mostrador)

443

Ante la frecuencia, extensión e intensidad de las olas de calor ocurridas desde noviembre, particularmente en febrero, mes que incluso anotó máximas por sobre los 40°, académicos e investigadores de la Universidad de Chile y del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR)2 plantean la importancia de adoptar medidas de resiliencia ante el contexto de cambio climático. En esta línea, enfatizan la necesidad de trabajar a largo plazo en relación a las adaptaciones que deberán hacer, por ejemplo, las ciudades y los cultivos frente a los eventos de temperaturas extremas que se volverán cada vez más frecuentes a futuro.

El pasado mes de febrero fue el más caluroso del que se tenga registro en la historia de Chile. La zona centro-sur del país experimentó lo que muchos expertos consideran como una de las mayores olas de calor desde que se empezaron a documentar las temperaturas en 1950, informa la Universidad de Chile.

Este fenómeno fue de tal intensidad que en lugares como Chillan los termómetros anotaron una máxima de 41,6°C el día 3 de febrero, mientras que en Santiago la temperatura más alta se dio el 15 de diciembre con 36,7°C.

Pese a ello, las constantes temperaturas por sobre los 30°C está lejos de ser un suceso aislado o una anécdota y, en el último tiempo, ya se ha vuelto algo habitual. Distintos especialistas han advertido que este fenómeno está en línea con las proyecciones sobre impacto del cambio climático planteadas en diversos estudios.

Fenómeno recurrente

Así lo plantea Martin Jacques, uno de los investigadores principales del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR)2, quien destaca que las olas de calor de los años 2019 y 2017 son similares.

“Si consideramos lo que conocíamos antes del clima, era muy poco probable que esto sucediera. Sin embargo, ahora lo vemos de forma recurrente y eso nos da cuenta de que tenemos una condición cambiante en el clima”, señala.

Coincide con esta visión Fernando Santibáñez, Doctor en Bioclimatología y académico de la Facultad de Ciencias Agronómicas de la Universidad de Chile, quien destaca no solo el aumento de la frecuencia de las olas de calor, sino también su intensidad y extensión, con episodios que se han prolongado durante una semana completa.

“Las ondas de calor han sucedido con tal frecuencia que prácticamente nos da la sensación de que las temperaturas no bajan. Lo normal en nuestro clima es que cuando las temperaturas se disparan mucho este ciclo se cumple en más o menos tres o cuatro días” explica.

Es por ello que, de acuerdo a Santibáñez, esto estaría marcando un cambio conductual de los movimientos de aire en la zona central y los anticiclones de la zona trasandina.

“En el sur de Argentina, se instala un anticiclón de alta presión que persiste por muchos días y que insufla aire hacia el lado chileno. Y eso, entonces, hace que el aire al subir la cordillera y bajar en el lado chileno traiga aire extremadamente caliente y muy seco”, indica el académico de la Casa de Bello.

Nuevo escenario

Frente a este nuevo contexto, los especialistas plantean la necesidad de cambiar patrones y adaptarse en distintos aspectos de nuestra sociedad. Así lo señala Martín Jacques, quien enfatiza la importancia de contar con medidas de resiliencia que permitan enfrentar estos cambios.

“La adaptación es uno de los pilares que necesitamos considerar en este escenario en que el clima cambia, junto a -por supuesto- la mitigación del cambio climático”, destaca el investigador del (CR)2.

Uno de estos aspectos es cómo pensamos y desarrollamos las ciudades. Cynnamon Dobbs, especialista en ecología urbana egresada de la Universidad de Chile, valora la resignificación que el bosque urbano ha tenido en Chile en los últimos años.

“Yo diría que esto es por dos razones principales. Uno, es dado los escenarios de aumento de temperatura, donde se reconoce que el bosque urbano es capaz de disminuir la temperatura ambiente y, lo segundo, es a través de la capacidad que tienen estos para la absorción de material particulado y otros gases”, sostiene la ahora académica de la Universidad de Connecticut.

Áreas verdes

De esta forma, ante el aumento de las temperaturas, se ha vuelto esencial la forma en la que bosques y áreas verdes interactúan con la urbe. De acuerdo a Dobbs, en Chile la mayoría de urbes han sido históricamente construidas con una presencia incipiente de bosques urbanos. Aun así, asegura que las urbes pueden ser reconstruidas con un mayor foco en los bosques urbanos.

“Yo creo que hay un trabajo muy importante, que es cómo nos acercamos a otras disciplinas para que entiendan lo importante que es y faciliten estos cambios de los diseños que se hacen de las calles o cómo se incorporan los árboles para facilitar ese proceso de transformación”, sugiere la profesional de la U. de Chile.

Este proceso de adaptación también involucra muchas otras aristas. Una de ellas es tiene relación con la agricultura, dado los enormes efectos que las altas temperaturas han tenido y tendrán en los distintos cultivos.

“Probablemente, es la actividad humana que más se resiente con estos cambios conductuales del clima, por cuanto las plantas son mucho más sensibles al calor de lo que uno se imagina, sobre todo las plantas productivas nivel agrícola”, asegura Fernando Santibáñez.

Cultivos afectados

De hecho, desde el rubro agrícola, han surgido distintas iniciativas para proteger los cultivos de las altas temperaturas y mantener la producción. El académico de la U. de Chile indica que esta es una de las principales preocupaciones dentro del rubro, donde los cultivos más afectados son frutas como el kiwi, la uva y los arándanos.

“A nosotros nos importa mucho cuánto producen, porque el éxito de la gestión productiva de un agricultor depende mucho del rendimiento del cultivo y resulta que las ondas de calor afectan fuertemente a la cantidad y calidad de los productos que va a cosechar el agricultor. Las plantas con temperaturas por sobre 30 grados ya sufren de lo que llamamos estrés térmico o shock de calor, y eso hace que no le funciona correctamente su sistema productivo o su capacidad de fotosíntesis”, advierte Santibáñez.

Jacques agrega, además, que las medidas de resiliencia frente al cambio climático deben verse complementadas con acciones de mitigación.

“Si tenemos que hablar de adaptación, entonces tenemos que entender bien cómo estos distintos factores inciden en el impacto final y, por lo tanto, tenemos que proponer medidas sobre cómo poder minimizar el riesgo asociado a este tipo de eventos”, comenta. | Leer en El Mostrador.