ECO-ANSIEDAD: 2 de cada 3 jóvenes no quieren ser padres debido a la crisis climática (Revista Velvet)

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    Dos de cada tres jóvenes no quieren ser padres a causa de la crisis climática. Es uno de los datos que más preocupa a los investigadores detrás del primer sondeo del Injuv que abordó el tema. Las nuevas generaciones cada vez más negocian su conciencia ambiental con la idea del hijo único o de adoptar.

    La sensación flotaba en el aire; La hipótesis estaba ahí. ¿La crisis climática es relevante en la decisión de los jóvenes chilenos de no tener hijos o, en el mejor de los casos, sólo uno? Un rotundo sí, en medio de un mundo de ansiedades poco explorado, fue la respuesta al primer sondeo del Instituto Nacional de la Juventud (INJUV) que preguntaba directamente sobre el tema.

    “Queríamos confirmar algunas hipótesis, ya que es un asunto que interesa a la inmensa mayoría de los jóvenes y, además, afecta muy negativamente su calidad de vida. En efecto, a un cuarto de ellos la crisis climática le provoca eco-ansiedad. Y llama la atención que del 42% que no quiere tener hijos, dos tercios dice que su decisión está influenciada por ella. Un porcentaje muy alto”, advierte Rodolfo Sapiains, psicólogo ambiental de la Universidad de Chile y del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR)2.

    Sapiains es uno de los profesionales que colaboró en el diseño del cuestionario realizado por la INJUV a chilenos entre 15 y 29 años.

    La preocupación, tristeza y miedo aparecen entre los sentimientos más experimentados, pero las conclusiones sobre una futura maternidad o paternidad es de los puntos que más alertó a los investigadores. Veamos por qué.

    Entre quienes dicen no querer hijos, las mujeres llevan la delantera: “Esto no es extraño. Hay un concepto clave que se llama ecofeminismo y que tiene que ver con que la mujer tiende a preocuparse más de los otros y sabe que, ante eventos medioambientales más complejos, enfrentará una carga mayor. En África son ellas quienes se organizan y movilizan kilómetros para surtir de agua a sus comunidades”, agrega Tamara Hoffmann, psicóloga y candidata a doctora por las universidades de Chile y Católica.

    Hoffmann participa en el Núcleo Milenio para Mejorar la Salud Mental de Adolescentes y Jóvenes (Imhay) y realiza su tesis doctoral sobre la eco ansiedad. Fue así como participó directamente en el sondeo realizado por el INJUV titulado “Juventudes y Crisis Climática”.

    Como además es psicóloga clínica, atiende en su consulta a pacientes con episodios complejos relacionados con angustia por el deterioro medioambiental.

    Uno de ellos es Katherine Degelon (25), estudiante de la Quinta Región, quien accedió a contar su testimonio.

    “Mi primer episodio fue en plena pandemia, en 2021. Estaba bien inmersa en el tema del reciclaje al punto que dejé de consumir ciertas cosas por su tipo de envase. Al comienzo sentí satisfacción, pero duró poco. Mientras más leía las etiquetas de los productos del supermercado, más me daba cuenta de que todo estaba hecho de plástico de un solo uso. Esto me causó mucha frustración y rabia”, recuerda.

    Katherine sufrió su segundo cuadro de ansiedad en febrero de este año, época de los incendios que asolaron Viña del Mar. Por entonces estaba leyendo “Colapso: cuando el clima lo cambia todo”: “Es un libro chiquitito, pero su mensaje es potente”, reseña. En ese momento decidió pedir ayuda profesional porque “ya no puedo sola con mis pensamientos” y, de hecho, estas ideas comienzan a interferir con su calidad de sueño, con sus rutinas y planes.

    Hoffmann cree que en este punto es importante comprender que la eco-ansiedad “no es la ansiedad corriente” que se define como pensamientos catastróficos frente a un escenario imaginado que, generalmente, no ocurre.

    “(La eco-ansiedad) es algo que se experimenta frente a una situación real”, enfatiza. “El deterioro del planeta está científicamente comprobado: incendios forestales, avance del desierto, sequía. Entonces, es natural que a los jóvenes chilenos lo que más les preocupe respecto a sus hijos es la incertidumbre de cómo va a estar su país en un futuro no muy lejano. ¿Habrá alimentos? ¿Habrá una reducción territorial por el alza del nivel del mar?”.

    Katherine responde a este tema con una pregunta cargada de angustia: “¿Aún hay gente que quiere tener familias grandes considerando el estado actual del planeta? ¿Considerando que en el futuro puede que nos peleemos por la comida? Mis razones para no tener hijos son siempre las mismas: la sequía y la escasez de alimentos. Mis amigos tampoco quieren y sus argumentos, básicamente, son parecidos a los míos”.

    NO ES EL FIN DE MUNDO, SINO UNO PEOR

    A Inés (24) hay dos cosas que le provocan miedo cuando piensa –y lo hace muy a menudo– en el cambio climático. La primera es el calor, ya que los pronósticos hablan de olas de 50 o más grados Celsius: “Y el calor ya me afecta enormemente; me dan unas migrañas terribles en el verano”.

    La segunda es que no pueda construir su propia familia: “Ser madre siempre estuvo en mis planes, desde chica. Pero cada vez me lo cuestiono más. Si tuviera hijos sería uno, máximo”, reflexiona la estudiante de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Estudios Urbanos de la Universidad Católica, quien prefirió mantener su identidad en reserva. Su relato es común entre los jóvenes de nuestro país. Por eso no nos debería extrañar que Chile esté al los últimos lugares de natalidad en Sudamérica (junto a Uruguay) con un índice de apenas 1,5 hijos, según informó este año el Fondo de Población de las Naciones Unidas.

    El psicólogo Rodolfo Sapiains explica que se trata de un fenómeno demográfico donde influyen otro tipo de factores, como la postergación de la maternidad por razones profesionales. Considerando lo anterior, los resultados del cuestionario del INJUV –dice el profesional– todavía nos envían un mensaje poderoso y es que, como sociedad, lo estamos haciendo mal: las nuevas generaciones no quieren tener hijos porque no les gusta el futuro que les vamos a heredar y piensan que menos gente es menos carga para el planeta.

    En Chile, este tema recién se está explorando, pero en otros países hay incluso organizaciones especializadas en investigar la relación entre natalidad y calentamiento global. Tal es el caso de Conceivable Future, que lleva varios años documentando cómo la crisis climática está limitando las alternativas reproductivas.

    “The New York Times” publicó tiempo atrás una investigación sobre esta especie de anticonceptivo invisible que regularía los índices de fertilidad de algunas sociedades. Cita ejemplos bastante elocuentes: una mujer mormona que desafió a su religión –que llama “a multiplicarse y poblar la Tierra”– al optar junto a su esposo por la adopción en lugar de tener hijos propios. También está el caso de otra que no quería tener familia, pero que al quedar embarazada decidió ir por un segundo niño para que “si tiene que enfrentar el fin del mundo, tenga a su hermano junto a ella”.

    Es cierto que no es la primera vez que la sociedad occidental observa en el horizonte un futuro incierto. Tiempo atrás fueron las pestes y las enfermedades las que atemorizaron a pueblos enteros. Y la generación que creció durante las décadas de los 70 y 80, tuvo sus propias pesadillas con la imagen del hongo nuclear que películas como “El día después” reflejaron muy bien con un The End donde la pantalla se va a negro y una voz pregunta “¿Hola? ¿Hay alguien ahí? Alguien vivo…”. Era el fin del mundo.

    No es el caso de la eco-ansiedad, explica Sapiains: “Ideas como el fin del mundo no se repiten mucho, sino que las condiciones de vida van a ser muy adversas. No es el fin del mundo, pero es la distopía”.

    Tampoco se trata de una distopía (representación de un futuro negativo) cualquiera, una al estilo “Mad Max”, donde un joven Mel Gibson patrulla las carreteras de una Australia apocalíptica –el estado ha desaparecido y escasea el petróleo y los alimentos– en un heroico intento por restablecer el orden.

    No, la distopía actual es más del estilo de Black Mirror, con muchas realidades alternativas, algunas incluso utópicas, pero donde está muy presente una paranoia al avance de las tecnologías; no es casual que las redes sociales aparezcan como el principal medio por el cual los jóvenes dijeron informarse sobre el cambio climático en el sondeo del INJUV.

    “Es la incertidumbre en múltiples niveles. Hay mucha confusión y el papel de nuestra sociedad debería ser entregarles certezas a esos jóvenes; primero, preguntándonos cómo queremos vivir para, segundo, promover acciones colectivas”, propone el psicólogo del Centro del Clima y la Resiliencia. Hay, eso sí, matices.

    LA VIDA SIGUE

    Hoffmann dice que es necesario tomar en cuenta que el cuestionario del INJUV fue respondido por jóvenes entre 15 y 29 años. “He visto a muchas personas a quienes les afloran los instintos maternales/paternales pos 30 años. Puede ser que esta actitud se modifique en el tiempo”, postula.

    Es decir, surgen las negociaciones entre el natural llamado a dejar descendencia, una huella, y la conciencia medioambiental. Algunos padres deciden criar ciudadanos comprometidos con causas ecológicas mientras otros, que alguna vez imaginaron tener grandes familias, optan por la alternativa del hijo único.

    Katherine, por ejemplo, experimenta mucho miedo por el mundo que dejaremos a los niños: “Estamos sobreexplotando la Tierra y no quedará nada para las futuras generaciones ¿Qué les espera?”. Aun así, no descarta la idea de la adopción sin antes advertir que en su caso “tiene más que ver con un tema personal que con el cambio climático”.

    Para Inés, el factor medioambiental está presente en cada uno de sus proyectos como diseñadora; de hecho, su tesis tiene que ver con el tema.

    ¿Y qué ocurre con sus sueños de niña de convertirse alguna vez en mamá? Entiende que no es sostenible traer un ser humano a este planeta porque significa “más basura, más desechos”. Pero Inés de todas formas imagina un futuro donde el instinto de supervivencia de nuestra especie pueda convivir con un planeta sostenible:

    “No quisiera dejar este mundo sin haber experimentado la maternidad”, reflexiona. “He pensado en tener un solo hijo o en adoptar. En ambos casos lo criaría con un estilo de vida ecológico, con una forma de vivir más austera. Le enseñaría a cuidar las cosas, a alimentarse bien, a tener cercanía con la naturaleza. Creo que es algo hermoso”, finaliza. | Leer en Revista Velvet.