Columna de opinión de Laura Gallardo, investigadora de la línea de Ciudades Resilientes del (CR)2 y académica del Departamento de Geofísica de la Universidad de Chile. Publicada en El Mostrador.
Ya se acabó lo bueno que dejó la Revolución Industrial, con la enorme cantidad de energía y riqueza que permitió el uso de combustibles fósiles. Hoy, los combustibles fósiles nos han hecho sobrepasar los límites planetarios compatibles con nuestra propia vida, aún para los más ricos. El futuro para ser tal debe ser descarbonizado. No es una salida posible para Chile desdecirse de sus compromisos de descarbonización, al revés, aún hay espacio para más ambición. Además, sería una ceguera muy torpe desde la perspectiva de los negocios, pues Chile puede ser una potencia en energías renovables no convencionales.
La inequidad que caracteriza a nuestra sociedad y a nuestras urbes se ha vuelto a manifestar a raíz de la epidemia del covid-19. Es la misma inequidad que subyace a nuestra vulnerabilidad frente a múltiples amenazas simultáneas, incluyendo la mala calidad del aire y los cambios acelerados del clima. Y es parte de la inequidad que millones de ciudadanos de este territorio han hecho patente desde octubre de 2019. Es la misma que amplifica nuestros conflictos y nuestra vulnerabilidad ante tantas amenazas. Al menos todas aquellas que se derivan de nuestra mala convivencia en el planeta azul.
De esta manera, los planes de descontaminación atmosféricos deben contener no sólo medidas paliativas de lo agudo, sino que efectivamente estructurales para enfrentar lo crónico. El acondicionamiento térmico de viviendas y la calefacción distrital a gran escala, son medidas para evitar agravar la pandemia covid-19 y la de calidad de aire responsable de la enfermedad y muerte de miles de ciudadanos y para enfrentar la pobreza energética. También es un motor de nuevos empleos, de innovaciones “made in Chile”, una oportunidad para la participación ciudadana y de dignidad para los más olvidados.
Ya se acabó lo bueno que dejó la Revolución Industrial, con la enorme cantidad de energía y riqueza que permitió el uso de combustibles fósiles. Hoy, los combustibles fósiles nos han hecho sobrepasar los límites planetarios compatibles con nuestra propia vida, aún para los más ricos. El futuro para ser tal debe ser descarbonizado. No es una salida posible para Chile desdecirse de sus compromisos de descarbonización, al revés, aún hay espacio para más ambición. Además, sería una ceguera muy torpe desde la perspectiva de los negocios, pues Chile puede ser una potencia en energías renovables no convencionales.
Cualquier medida que se adopte por este gobierno o cualquiera a venir, no puede ser evaluada solamente por unidades PIB. Así como se requiere invertir en salud pública para prevenir y mitigar, también se requiere invertir en territorios sostenibles, particularmente en las ciudades donde vive casi el 90% de nuestra población.
De esta manera, los planes de descontaminación atmosféricos deben contener no sólo medidas paliativas de lo agudo, sino que efectivamente estructurales para enfrentar lo crónico. El acondicionamiento térmico de viviendas y la calefacción distrital a gran escala, son medidas para evitar agravar la pandemia covid-19 y la de calidad de aire responsable de la enfermedad y muerte de miles de ciudadanos y para enfrentar la pobreza energética. También es un motor de nuevos empleos, de innovaciones “made in Chile”, una oportunidad para la participación ciudadana y de dignidad para los más olvidados.
La adopción de modos flexibles de empleo donde las personas son evaluadas por alcanzar objetivos y resultados y no por las cuentas de relojes arcaicos, también permitirán reacomodar, al menos en parte, los horarios punta y disminuir la sobreexigencia de los sistemas de transporte público. De nuevo, bajando la incidencia de covid-19 y mejorando en algo el aire y la calidad de vida. La baja en consumo de adminículos suntuarios, traídos desde muy lejos en buques o aviones que dejan una estela de suciedad por los mares y los cielos del mundo, no es negativo. El consumo puede ser de lo que efectivamente necesitamos, distinto, más local, quizás de pequeñas y medianas productoras de alimentos, ropa e implementos artesanales. Quizás podemos reconocer en ello la diversidad cultural de las naciones que habitan en Chile, las originarias y todas las allegadas.
¿Por qué no usar la crisis para desarrollarnos, para hacernos más dignos, más equitativos? El desarrollo no es sólo un problema de dólares o yuanes o euros o pesos, también es cuestión de autoestima, de voluntad, de inteligencia, de ganas y de visión. De esto hay que conversar.