Por definición, el bosque esclerófilo es siempreverde, pero su vegetación ha presentado en el último tiempo una inusual coloración café que refleja su deterioro por la megasequía. Un grupo de científicos elaboró el primer estudio en Chile sobre el pardeamiento o browning en la zona central, mostrando que los bosques en la precordillera de Santiago sufrieron una mayor pérdida de verdor que los costeros. Esto no solo puede provocar la muerte de los árboles, en los casos más extremos, sino también un mayor riesgo de incendios forestales. Además, constataron que hay ciertas condiciones ambientales que podrían constituir “refugios húmedos”. Pese a ello, es necesario avanzar en la comprensión de este fenómeno para impulsar decisiones climáticamente inteligentes, que ayuden a la resistencia y resiliencia de estos ecosistemas tan amenazados.
Por Paula Díaz Levi
Su inusual paleta de colores, que oscila entre el café, dorado y rojo, salta inmediatamente a la vista. Lejos de ser un buen signo o una romántica postal otoñal, se trata de la alarmante pérdida de resistencia del bosque esclerófilo, cuyas especies suelen ser, por definición, siempreverdes. Desde tiempos pretéritos, su vegetación era capaz de soportar periodos secos de forma airosa, pero ha sido tan diezmado por el ser humano, así como por la sequía iniciada hace una década, que está siendo empujado hacia el límite. Al menos así lo anuncia su anormal follaje pardo.
“Estos análisis nos permitieron detectar que un tercio de los bosques han sido afectados por la megasequía, pero también un efecto de ‘refugio’ ante las sequías que proveen los fondos de las quebradas debido a la acumulación topográfica de humedad. Sin embargo, nuestras mediciones fueron hechas hasta el verano de 2017, y a raíz de que la sequía ha continuado, es razonable pensar que ni siquiera estos refugios han sido suficientes para proveer resistencia a los bosques mediterráneos. Hemos observado que en el año 2019 hay un decaimiento mayor y más extensivo pero que aún estamos analizando”, explica Alejandro Miranda, autor principal del estudio, quien es investigador postdoctoral del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR)2 y del Laboratorio de Ecología del Paisaje Forestal de la Universidad de la Frontera.
Si bien se ha analizado en otros trabajos el deterioro y disminución del vigor de estos bosques, esta investigación es pionera al enfocarse en el pardeamiento (browning), un fenómeno que se manifiesta en la reducción del verdor y desecamiento del follaje de los árboles, que ha sido reportado en diferentes partes del mundo como un efecto del cambio climático y, particularmente, de la sequía.
Así lo explica Antonio Lara, profesor titular de la Universidad Austral de Chile, investigador principal del (CR)2 y uno de los coautores del trabajo: “Este es el primer estudio de browning que se hace en Chile, y lo interesante es que se hizo antes de la agudización máxima de la sequía. En el caso nuestro tomamos datos del 2000 al 2017, y tres veranos después vino el colapso absoluto de la vegetación, entonces, eso es muy importante porque ya existe el método para hacer estos estudios. Ya han sido ensayados y es útil, no solo para los estudios que seguimos haciendo, sino también para otros grupos de científicos”.
Recordemos que Chile central se ha visto afectado desde el año 2010 por la megasequía, siendo la más extensa, prolongada y cálida desde 1900. Este fenómeno ha acarreado consigo un déficit de precipitaciones que oscila entre el 25% y 45%.
Por ello, los investigadores realizaron mediciones en terreno y análisis a través de imágenes satelitales de MODIS, en una zona de 13.000 km2 aproximadamente. Para hacerse una idea, la vegetación del sitio de estudio constituye un mosaico compuesto principalmente por áreas degradadas cubiertas por el espino (Acacia caven), parches de bosque esclerófilo costero dominado por el peumo (Cryptocarya alba) y boldo (Peumus boldus), y bosque esclerófilo preandino dominado por quillay (Quillaja saponaria) y litre (Lithrea caustica).
De esa forma, constataron que los bosques en la precordillera de Santiago presentaron un mayor nivel de pardeamiento que los bosques costeros. Dicho de otra forma, el quillay y litre mostraron, en promedio, una mayor pérdida de dosel que el peumo y boldo.
No obstante, si miramos en detalle, el peumo fue la especie con mayor número de individuos que sufrieron una merma de su corona superior al 30%. Cabe aclarar que este árbol, que se caracteriza por vivir en sitios húmedos, también abunda en el bosque precordillerano dominado por el quillay y litre.
“Esta pérdida del verdor estaría causada porque las especies adaptadas a la sequía disminuyen el intercambio gaseoso con la atmósfera debido al cierre de los estomas para evitar la pérdida de agua por las hojas”, puntualiza Miranda, quien agrega que eso provoca en las plantas una disminución de su superficie activa para realizar la fotosíntesis.
Por lo tanto, el pardeamiento se asocia con la disminución del crecimiento de los individuos, la defoliación (caída prematura de las hojas) y la muerte de partes de su copa. No obstante, en los casos más extremos, este deterioro puede acabar con la vida de los mismos árboles, lo que ha quedado patente en algunos lugares.
“La muerte de árboles de quillay asociada al proceso de browning puede observarse, por ejemplo, en la Cuesta de Lo Prado, en el camino entre Viña del Mar y Santiago”, detalla el académico de la Universidad Austral.
En cuanto a las diferencias de pardeamiento entre la zona costera y precordillerana, se explica parcialmente “porque los sectores más alejados de la costa, que fueron incluidos en el estudio, tienen un clima con menor influencia marítima, y han sido afectados en forma más intensa por la megasequía”, agrega Lara.
Otro aspecto relevante es que los investigadores constataron cómo las condiciones ambientales locales pueden influir en la resistencia de los bosques, amortiguando o aliviando los efectos negativos de la escasez de agua.
Por ejemplo, existen variaciones geográficas y topográficas que almacenan mayor humedad, como los fondos de quebradas y riberas, pudiendo convertirse en una clase de “refugio húmedo” en áreas afectadas intensamente por la megasequía. La composición del bosque también podría mejorar la resistencia forestal.
Sin embargo, no es tan sencillo como se lee, porque incluso se ha visto un deterioro de los árboles en este tipo de sitios, y no se conoce a cabalidad cómo sobrellevarán esta sequía que se ha prolongado por, al menos, 10 años.
Asimismo, los expertos están tratando de dilucidar cómo impacta la combinación de la sequía y las olas de calor.
Miranda advierte que “lamentablemente hemos observado una pérdida del verdor más extendida y de mayor magnitud en los años 2019-2020. Zonas en las cuales los bosques habían resistido a la sequía ahora han disminuido drásticamente su productividad fotosintética. La sequía ha continuado hasta el día de hoy desde el año 2010, pero también la temporada pasada fue una de las más secas de la historia, lo que pudo significar un punto de inflexión para el ecosistema”.
La salud del esclerófilo es nuestra salud
La zona central de Chile ha sido reconocida a nivel mundial como un hotspot o “punto caliente” de biodiversidad, que ostenta una alta presencia de especies de flora y fauna que son endémicas o únicas, es decir, que solo viven en nuestro país.
Han sido las bondades de su ecosistema mediterráneo las que, de cierta manera, se han convertido en su “condena”, debido por supuesto a la conducta humana. Al ser el área más densamente poblada del país, ha concentrado la urbanización, construcción de caminos, incendios forestales, y un cambio de uso del suelo dado por actividades como la inmobiliaria y agrícola, que ha implicado – por ejemplo – el reemplazo de estos ecosistemas por monocultivos de paltos.
Por todo lo anterior, se estima que los bosques esclerófilos han sido de los más deforestados del país, sufriendo una pérdida cercana al 40% de su superficie en los últimos 50 años, a lo que se suman los embates de la sequía y olas de calor, que se manifiestan en el pardeamiento.
Al respecto, Lara subraya que “es importante considerar que la pérdida de vigor de los bosques de la zona mediterránea de Chile es una grave amenaza para estos bosques, de los cuales puede estimarse que queda menos de un 10-15% del área original que existía hacia el año 1550. Por lo tanto, se trata de ecosistemas clasificados entre los más amenazados del mundo y en que con este nuevo fenómeno de pérdida de vigor y el desecamiento de su follaje, expresado como browning, podría acelerar su decaimiento, reducción de su superficie, y eventual desaparición de determinadas áreas”.
Todo este conjunto de amenazas ha cuajado en una especie de “receta para el desastre”, ya que ha diezmado no solo la salud de estos bosques y sus habitantes, sino también los beneficios – o servicios ecosistémicos – que han favorecido históricamente a la población humana, ya sea rural y urbana. Nos referimos al abastecimiento de agua y regulación de los flujos hídricos, la cual evita crecidas cuando llueve en invierno y mantiene un flujo en verano; la mantención de la fertilidad del suelo; la reducción del riesgo de deslizamientos en las laderas; la captura de dióxido de carbono; y la purificación del aire, entre tantos otros.
“El browning incrementa el riesgo de incendios, ya que, al secarse el follaje, y en algunos casos en que ramas o árboles completos que van muriendo y secando, aumenta el material altamente combustible”, ejemplifica Lara.
De esa manera, la salud de estos bosques – únicos en el mundo – no solo es esencial para el bienestar humano y el funcionamiento de las sociedades. Su deterioro significa, a su vez, un perjuicio a todo el patrimonio natural asociado.
“Los bosques nativos tienen un valor per se, propio e independiente del valor que le entregue la sociedad, ya que estos son sustento de una serie de especies que lo habitan. A su vez estos bosques han sido reconocidos con una relevancia global para la conservación de la biodiversidad debido a sus niveles de riqueza, endemismo (especies que solo habitan aquí) y a las amenazas que han tenido que enfrentar por encontrarse dentro de las zonas más intervenidas del país”, argumenta Miranda.
Por ello, el pardeamiento o browning es un signo de alerta más, en medio de un escenario planetario marcado por el cambio global, crisis climática y un alto grado de incertidumbre.
El investigador de la Universidad de la Frontera agrega que, de continuar esta pérdida de resistencia en el largo plazo, “pueden modificar la composición de especies dominantes, su distribución, dinámica, estructura y composición del sotobosque, teniendo un efecto cascada indirecto en las comunidades asociadas, mediante cambios en la estructura y calidad del hábitat”.
Hacia la resistencia y resiliencia
La sequía que nos aqueja en la actualidad podría ser similar a las condiciones climáticas más cálidas y secas pronosticadas para un futuro, donde podrían desencadenarse estos fenómenos con mayor frecuencia y severidad.
Aunque los resultados de este análisis regional muestran que los bosques más afectados se encontraron en la precordillera de Santiago, y lejos de áreas con más humedad, hay muchas variables en juego que deben ser escudriñadas, como la composición de especies en un territorio, o las estrategias de las plantas para enfrentar las condiciones adversas. Para hacerse una idea, hay árboles que presentan una menor adaptación a las sequías, y que no tienen dentro de su estrategia la pérdida de hojas.
“Puede que los bosques que hasta ahora han disminuido su verdor puedan recuperarse rápidamente si se recupera el régimen de precipitación, ya que esto era parte de sus estrategias adaptativas pero, por el contrario, especies que hayan aguantado hasta ahora, pero que han perdido su verdor este último año, podrían no recuperarse, ya que no está dentro de sus estrategias adaptativas a la sequía el perder las hojas”, recalca Miranda.
Por este motivo, es necesario avanzar en la comprensión de este fenómeno, para impulsar decisiones climáticamente inteligentes que permitan la restauración y conservación de estos bosques altamente amenazados. Dada la complejidad del escenario, se requiere de un trabajo multidisciplinario entre ecólogos, ecofisiólogos, climatólogos, silvicultores, expertos en suelos, entre otros, que permitan entender los múltiples efectos que están experimentando estos ecosistemas.
Miranda reconoce que es difícil pensar en este minuto en medidas concretas para la restauración de estos bosques esclerófilos, ya que la incertidumbre es muy grande. Por lo pronto, apunta a resguardar estos ecosistemas poniéndole “llave”, considerando también a las comunidades humanas que puedan depender de sus beneficios.
“Los esfuerzos debieran hacerse en su conservación, previniendo principalmente incendios forestales que, debido al bajo contenido de humedad actual del bosque, se podrían generar incendios de alta severidad, y también con incertidumbre sobre su recuperación en la situación actual y futura. Aspectos como la continua coordinación con propietarios de bosques y el cierre de áreas naturales pueden ser un buen comienzo, pero en paralelo se debe realizar investigación aplicada en acciones silviculturales que provean una mayor resistencia y resiliencia a los bosques mediterráneos”, asegura el científico de la Universidad de La Frontera.
Lara coincide. “Los bosques de la zona mediterránea deben estar entre las prioridades de conservación y restauración para promover su recuperación, por el valor que tienen en sí, más que desde un punto de vista utilitario, como representantes de ecosistemas mucho más extensos y con un alto porcentaje de plantas y animales que son endémicos a Chile central, es decir, es el único lugar del planeta donde han evolucionado y sobreviven. No podemos permitir que la megasequía, manifestada como browning, sea el ‘tiro de gracia’ que termine con nuestros bosques mediterráneos en amplias áreas, los cuales ya se encuentran altamente amenazados por la acción antrópica”, sentencia.
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