Columna de Opinión de Rodrigo Seguel, investigador de la línea de Ciudades Resilientes del (CR)2 e integrante del comité directivo de la iniciativa Tropospheric Ozone Assessment Report II de IGAC Project. Publicada en La Tercera.
Responder si la calidad del aire ha mejorado en Santiago no es trivial, debido a que depende de la métrica y contaminante seleccionado. Las mediciones indican que algunos contaminantes atmosféricos disminuyeron, como lo han mostrado profusamente las imágenes satelitales de dióxido de nitrógeno.
El ozono, un contaminante urbano y reconocido gas de efecto invernadero, aumentó un 47% en promedio durante los primeros meses de la pandemia en respuesta al descenso de otros gases que inhiben su formación. Por otro lado, el material particulado fino ha mantenido su carácter episódico en los últimos meses.
La explicación incluye factores ambientales largamente debatidos. En invierno, la altura en la cual se mezclan los contaminantes disminuye significativamente en cerca de un 80%. Además, las emisiones residenciales aumentan debido al uso combustibles fósiles y leña.
Influyen también el continuo crecimiento del parque automotriz y la expansión urbana. Por ejemplo, en la última década se han incorporado más de 800 mil nuevos vehículos motorizados.
Más allá de las métricas, los efectos colaterales de la pandemia en la calidad de aire vuelven a confirmar que la ciudad de Santiago requiere de soluciones transformacionales para resolver, de forma definitiva, más de dos décadas de incumplimiento de normas que el mismo estado de Chile se propuso.
Abandonar el carbono como combustible y modificar nuestras conductas son elementos centrales para descontaminar Santiago. Los científicos seguiremos haciendo nuestra parte, pero ciertamente sin el esfuerzo de todos los actores de la sociedad, seguiremos respirando un aire insalubre.
* Investigador del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR)2 e integrante del comité directivo de la iniciativa Tropospheric Ozone Assessment Report II de IGAC Project